Si alguna vez hemos dudado de cuál es el verdadero valor de
las cosas, de qué tiene más valor, o qué menos, ha sido, posiblemente, porque
no hemos mirado con amor. Y, cuando digo amor, no lo hago en el sentido que
casi siempre nos viene principalmente a la cabeza, no. Lo hago en todas sus
formas, extrañas, puras, no tan puras, pequeñas, lo hago en la forma en que
ella lo mira a él, y él a ella. Y a su planta. Esa que no para de dar tumbos,
dando palos de vidente, cuando su mayor anhelo es echar raíces. He dudado
muchas veces de muchas cosas o,simplemente, he hecho creer que dudaba, para después corroborar que estaba equivocada,o peor, que estaba en lo cierto.
“¿La vida es así de dura siempre? ¿O es sólo cuando eres un
crío?” …
Hay recuerdos imborrables. Recuerdos que te transforman, que
te hacen cerrarte en banda y que no se abre a no ser que algo igual de puro y
dolorosamente amoroso lo toque, sin tocarlo.
Una niña pequeña, en plena navidad, viendo las luces de
colores iluminadas ahí en lo alto, como si nadie pudiera jamás hacer que su luz
se apagara, gira su cabeza, aún llena de pájaros posados en esas luces, y ve
algo: Un niño a la altura de aquellas luces de colores. Baja la vista para ver
cómo era posible que un niño, de su misma edad, estuviera más alto que ella. ¿y
qué es lo que ve? Unas manos descuidadas sin más remedio ,o por remediar el
hambre,que lo sostenían. Sigue bajando su mirada y lo ve. El niño estaba subido
a los hombros de su padre, el que hacía que,su niño, pudiera sentirse por unos
momentos poseedor de todas aquellas luces. La niña se queda callada por un
momento y la madre de esta percibe ese silencio, esa expresión de “¿y por qué
yo no puedo tener algo así?” Entonces, esa madre Leona, le dice: “Ven hija, te
voy a coger y así podrás ver mejor” La niña, tapando con una tela negra a sus
pájaros mentales, le contesta: “No mamá, no pasa nada, que te vas a hacer daño,
que peso mucho”. La edad de la niña, física, era de 4 años. Aún así, la madre
ignora con costoso trabajo esa frase y la coge. En ese momento, si una cámara
oculta pudiera grabar el pensamiento de esa niña, además de su cara, habría
escrito lo siguiente: “Bueno, aunque no sea él, la tengo a ella”.
Esa cámara “oculta” existe. Existió. Ya no se oculta,no
tanto al menos. Ha decidido mostrarse al mundo, mostrar su amor y hacer que, en
unos años, poco a poco, aquella niña preciosa, lo haga también. Sólo le llevará
algunos escritos más. Y, entonces, ella misma será la que le quite esa tela
negra a sus pájaros y vuelvan a cantar, sin miedo a no poder volar.
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