Hierro. Duro, frío,
pero maleable, hasta arder. De eso estábamos hechos. Y, como buen acero, no es
fácil de doblegar. Es útil para proteger, pero también para enjaular. Las
barras de hierro forjaban toda su vida, todo su ser, sin importar nada más… ¿o
si? Por supuesto. Importaba la extrañeza de su esencia, un hierro que se vuelve
algodón con solo una mirada pura, con solo un sentimiento auténtico, con
sol.... Sol.
De este modo,
cualquiera se sentiría protegido dentro de ese hueco, rodeado de hierro, de
Señor hierro. Pero también cualquiera saldría despavorido al ver la fragilidad
y delgadez del mismo al darle el calor….
Era una mezcla
trastornante, ¿sana? No lo sé… Lo único que sabía es que el hierro se fue
volviendo imán y atraía todo aquello que sabía que iba a soportar, o no.. pero
ese magnetismo estaba maldito, pues todo aquel que se acercaba terminaba
enganchado, sin poder moverse o completamente repelido…
No era fácil lidiar
con ese peso, pero le gustaba, a fin de cuentas, nunca quiso ser madera,
siempre se balanceó entre polos.
Y si pinocho hubiera podido elegir entre ser de madera o de
hierro…apuesto que habría elegido el hierro, sin embargo… el hierro con el agua
se oxida, y una lágrima…
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