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miércoles, 31 de agosto de 2016

53.0 Km.

La composición de un cuadro es tan compleja como simple. Su complejidad reside en las mil sintonías que puedes sentir mientras lo contemplas, mientras te inclinas lo necesario para poder oler los resquicios de pintura mal puesta que ha quedado al descubierto para ser el manjar de millones de orificios nasales. Su simpleza reside en que es un cuadro, y nada más. Entonces ¿por qué nos gustan tanto los museos? Yo los odio. Porque siempre que voy, me dejo algo allí; cuadros por ver, pensamientos, sensaciones, tiempo, sonrisas, lágrimas. Y, ni yo llego nunca a entenderlos como sus artistas pretenden (o no),
ni ellos entienden qué coño hacemos allí, mirando algo inerte, proyectando nuestras ganas en un sinfín de cuadrados más o menos rectangulares, en lugar de hacerlo con aquel que está justo a nuestro lado, haciendo exactamente lo mismo, desde su ventana.