Ayer intenté prender la luz para sentirme como en casa. No
funcionaba. Desenchufé el cable y apreté la bombilla. Tampoco. Finalmente
decidí quedarme a oscuras, con la única luz de la pantalla de una vida
artificial. ¿Alguien se ha parado a preguntarle a ella qué tal? ¿Alguien ha
dejado de abrocharse sus camisas hasta no poder respirar para desabrocharle a
ella un solo botón? Tenemos demasiado tiempo para estupideces que no valen nada.
Y muy poco tiempo bien empleado. Si pudiera, tiraría de la cuerda hasta que
salieran a flote nuestras vidas. Esas que hemos ahogado en minucias para
comprar otras pocas. ¿Tan lavados estáis para temerle a la “suciedad”? No.
Simplemente estamos ciegos de sexo y faltos de ganas. Algunos las encuentran llevando su cruz a cuestas. No digo que esté mal, de hecho, por no decir, ni digo. Se necesita mucho valor para cargar a hombros tanta culpa y luego beber a su salud. Continuó su viaje a ninguna parte y, mientras unos bailaban al son de unos pájaros flamencos, otros lo hacían al son de sus latidos. Expectantes de emoción, las piernas temblaban, los estómagos rugían y una mano tuerta extendió un trozo de algo que se asemejaba al pan, a cada uno de los presentes, presenciales. La reacción de aquellos inocentes al recibir tal "presente" invadió su alma de tristeza al oír aquellas palabras: “Qué
buena persona eres”. Está todo tan
cuadriculado que, cuando vemos una forma sin aristas, pensamos que es un
milagro. Cuando realmente no es más que la forma de nuestros ojos. Circular. Como
todo debería ser. Circular. Y que circulara por todas partes por igual.
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