Hoy te he vuelto a ver y, como siempre, me has alegrado el día. Aunque ya fuera alegre. Tengo un par de cosas que decirte, aunque no llegues a leerlas (hasta que lo imprima y te lo dé):
En primer lugar, Gracias. Por dar de hostias sin
pretenderlo. Porque he mirado por el retrovisor, y él también sonreía con tu
baile de ida y vuelta. Y me juego el cuello a que has conseguido que el de
delante lo hiciera también. Y el siguiente, y el que no he alcanzado a ver. Y
el otro. Y la otra, y aquella, también.
En segundo, Lo siento. Por no comprarte pañuelos cada día.
No porque yo no estuviera dispuesta, sino porque tú no los pides siempre;
supongo que son tus “días de fiesta”.
Eres el recuerdo (vivo) de lo que realmente es vivir.
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