Como quien firma en su propio y primer libro de comunión, que no atiende más que a la rutina tan gratificante, de ir mesa por mesa, silla por silla, leyendo los motivos escritos con mimo de cada espectador de ese cuento irrepetible, así, jugamos a curar la herida de un sinfín de mundos paralelos, con un solo objetivo: atender solo y exclusivamente a la música que quiero (y que no quiero) escuchar, a las piernas cruzadas en señal de dureza, rabia y nada de resignación, al menos no en eso. Con pelos cogidos en una maraña de ideas listas para ir almacenando en su cajón correspondiente. Con la mochila acunada entre mis piernas, sirviéndome de apoyo, dejándola estar, dejándola ser, dejando el peso...caer. Cojo el folleto más cercano, lo miro atentamente y su título informa de que "Juntos podemos más" (eso pone, entre otras cosas). Así que, sin pensarlo demasiado, empiezo a escribir. Y me doy cuenta: ¡Qué ironía! Ahora lo que me pesa es mi propia espalda. Y estoy encantada de poder firmar en ella que la puedo y la quiero aguantar, a ella sí. Porque sin ella nunca sabría lo que dejo atrás.
En ti, querida, sé que me puedo apoyar.
Que tengas un feliz día, desde ahí atrás, y un mejor apoyo en el día de tu "unión".
Eres la mejor.
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